miércoles, 21 de julio de 2010

El hombre es “capaz” de Dios (CIC 27-30):

El deseo de Dios está inscripto en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:

La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su creador (GS 19, 1).

De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:

Él creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra, y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas lo buscaban y lo hallaban por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hec 17, 26-28)

Pero está unión íntima y vital con Dios puede ser olvidada desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de pensamientos hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta a Dios y huye ante su llamada.

“Se alegre el corazón de los que buscan a Dios” (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarlo para que viva y encuentre la dicha. Pero esa búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.

Tu eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu Creación, pretende alabarte; precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que Tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu Creación, quiere alabarte. Tú mismo lo incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (San Agustín, Conf, 1,1,1).

Las vías de acceso al conocimiento de Dios (CIC 31-35):

Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas “vías” para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas “vías”para acercarse a Dios tienen como punto de partida la Creación: el mundo material y la persona humana.

El mundo: a partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.

El hombre: con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma espiritual. La semilla de eternidad que lleva en sí, el ser irreductible a la sola materia, su alma, no puede tener origen más que en Dios.

El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas “vías”, el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, “y que todos llaman Dios”

Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.

El conocimiento de Dios según la Iglesia (CIC 36-38)

“La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (Vat I Ds 3004; Vat II, DV 6). Sin está capacidad el hombre no podría acoger la Revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado “a imagen de Dios” (Gen 1, 26)

Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón.

Por esto el hombre necesita ser iluminado por la Revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre “las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error “ (DV 6).

Cómo hablar de Dios (CIC 39-43)

Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.

Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.

Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, “pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sb 13, 5)

Dios trasciende todo criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios “inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable” con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del misterio.

Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que “entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía, y que nosotros no podemos captar de Dios lo que Él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a Él.


La Religión y el Fenómeno Religioso:

RELIGIÓN[1]: El vocablo “religión” significa relación con Dios. Se usa ordinariamente para indicar una forma concreta y estructural, histórica y cultural, es decir, una de las religiones existentes. También puede significar el conjunto de elementos básicos de la religión: verdades o creencias, moral, ritos, fórmulas, ofrendas, etc.
Toda religión ofrece un concepto de salvación y unos medios para alcanzarla, en relación con Dios o con la verdad y el bien absoluto. En cuanto que se busca esta salvación por medio de la “religión”, se indica la “relación” con Dios o con la trascendencia.
La actitud religiosa consiste en la búsqueda del significado integral de la existencia humana, de la historia y de todo el cosmos, en relación con Dios (el absoluto, trascendente), que es la fuente de todo (el Creador) y hacia quien se orienta todo. La búsqueda de la verdad y del bien, que es innata en todo corazón humano, se concreta en una búsqueda de quien es la Verdad y el Bien.
En toda cultura aparece una triple relación: con el cosmos, con los semejantes, con la trascendencia. La relación respecto a la trascendencia, más o menos explícita y personal, se llama religión. Este dinamismo hacia el más allá se encuentra en la misma pregunta que todo ser humano se hace sobre el sentido de su existencia: su origen, su finalidad... Por esto, en todo pueblo y cultura se encuentran una o varias religiones, como formas diversas de expresar el sentido de la trascendencia y de “relación” con el Absoluto (Dios). El hecho religioso es una constante histórica y cultural en todos los pueblos y en todas las épocas de la historia.
La religión indica una fuerte relación con Dios o con lo “sagrado”, es decir, con la trascendencia, el más allá, lo “oculto”, el “misterio”. Ordinariamente, las religiones expresan esta relación con el Creador personal, “Dios”, que es principio y fin de todo. Las narraciones de los hechos religiosos se expresan, a veces, con lenguaje mítico, que tiene su propio valor humano y popular.
Los actos de religión son medios para relacionarse con Dios o con la trascendencia: ritos, oraciones, ofrendas. Estos actos pueden ser personales o comunitarios, y tienden a expresar la adoración, alabanza, gratitud, petición, repetición. De este modo se reconoce que Dios es el primer principio, de quien procede todo y que es más allá de todo (adoración); pero, al mismo tiempo, se manifiesta una cierta confianza o unión con su poder o su bondad, según los casos.
La oración es considerada como el corazón de la religión, porque manifiesta el deseo de relación y encuentro.

Religiones[2]: La diversidad de religiones es debida a las diversas perspectivas de enfocar la relación del hombre con Dios, especialmente debido a las manifestaciones culturales condicionadas a la psicología, historia y sociología. En realidad, toda religión busca la verdad, el bien y la belleza, para dar sentido a la vida, aunque con las luces no faltan sombras, limitaciones, defectos y errores. El modo peculiar de relacionarse con Dios o la trascendencia repercutirá en los conceptos sobre el hombre y la creación. Esos mismos conceptos o intuiciones originarán otros tantos modos de concebir y practicar la religión.
Las diversas religiones han ido naciendo en los diversos pueblos y culturas bajo la acción providencial del mismo Dios, a veces por medio de personas dotadas de una fuerte experiencia religiosa. “Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones, al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado” (NAe 2)
También las religiones no cristianas, son “expresión viviente del alma de vastos grupos humanos. Llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a orar (EN 53). De ellas se puede decir que contienen “semillas del Verbo” y constituyen una auténtica “preparación evangélica” (AG 11, 18; RMi 28)

Encuentro actual entre las religiones

El encuentro entre todas las religiones es un fenómeno de nuestro tiempo, debido a las migraciones, relaciones sociales, medios de comunicación, etc. Se vislumbra una sociedad mundial concentrada en grandes ciudades cosmopolitas, interreligiosas, interculturales, interraciales e interlingüísticas. En esta situación, todo creyente debería estar preparado para afirmar y vivir su propia fe, apreciando, al mismo tiempo, los valores religiosos de los demás, que también proceden del mismo y único Dios.
El encuentro con el cristianismo es también un cuestionamiento de la vida de los creyentes, puesto que están llamados a presentar la novedad cristiana del Hijo de Dios hecho hombre, que no ha venido a abolir, sino para llevar todo a su “cumplimiento” (Mt 5, 17). Por esto la actitud cristiana de anuncio y diálogo “no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas (NAe 2)
Jesucristo y las Religiones

En Jesucristo, el Verbo Encarnado, Dios se manifiesta de modo definitivo, trascendiendo culturas y épocas diversas, asumiendo la preparación evangélica que ya existe en la humanidad desde la primera revelación hecha por Dios a Adán, Noé, Abraham, Moisés. El cristianismo aporta la respuesta definitiva a las religiones monoteístas y proféticas (hebraísmo, islam, etc.) que quieren encontrar a Dios en los acontecimientos, interpretándolos con la palabra divina (la “revelación”). Y es también la respuesta a las religiones místicas, que buscan a Dios (o al Absoluto) en el fondo del corazón humano.

(Se puede seguir profundizando el tema hablando del DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Y ECUMÉNICO).



[1] ESQUERDA BIFET J., Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998, Pg 624-625
[2] ESQUERDA BIFET J., Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998, Pg 625-627

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