jueves, 22 de julio de 2010

Bolilla 2: Revelación

Bolilla 2: La Revelación, etimología y tipos. Concepto católico de Revelación. Etapas. Transmisión de la Revelación. Escritura, Tradición y Magisterio, definiciones y relaciones. Modos de transmisión. El Depósito de la fe confiado a la Iglesia. Concepto y evolución del dogma. Verdades católicas. Las opiniones teológicas. Censuras teológicas.

Revelación, etimología y tipos:

La palabra “Revelación” proviene del latino “revelatio”, “revelare”, que traduce el griego “apokalitein” que significa “quitar el velo”, “desvelar”. En sentido literal hablar de Revelación divina es lo mismo que decir que Dios se desvela, se despoja del velo que le cubre mostrando su rostro .

La etimología del término “Revelación” es remover un velo, es decir, manifestación de una cosa oculta. En su uso más corriente el término revelación se aplica a la manifestación de verdades.
Si quien descubre el velo o hace la manifestación es un hombre, la revelación es humana. Si la manifestación de la verdad la hace Dios, la revelación es divina. Esta revelación divina se hace a través de medios naturales, es decir, a través de sus obras, la revelación divina es natural.
Si la manifestación la hace Dios no a través de sus obras, sino directamente, con sus hechos y palabras, comunicándose El con el hombre, la revelación es divina sobrenatural .

Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina. Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo a favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo. (CIC 50)

Concepto Católico de Revelación

“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina” (DV 2)

Dios, que “habita una luz inaccesible” (1 Tim 6, 16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por Él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1, 4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces por sus propias fuerzas.

El designio divino de la Revelación se realiza a la vez “mediante acciones y palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2).
Este designio comporta una “pedagogía divina” particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.

S. Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrase entre Dios y el hombre: “El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre. (haer. 3, 20)
(CIC 51-53)

Las etapas de la Revelación

Desde el origen, Dios se da a conocer

“Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio” (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con Él revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes.

Está Revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, “después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras” (DV 3)

La alianza con Noé

Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la economía divna con las “naciones”, es decir, con los hombres agrupados “según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes” (Gn 10, 5; cf. 10, 20-31)

Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel.
Pero, a causa del pecado, el politeísmo así como la idolatría de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva.

La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones, hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las “naciones”, como “Abel el justo”, el rey sacerdote Melquisedec, figura de Cristo, o los justos Noe, Daniel y Job. De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo “reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 52)

Dios elige a Abraham

Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo “fuera de su tierra, de su patria y de su casa” (Gn 12, 1), para hacer de él “Abraham”, es decir, “el padre de la multitud de naciones” (Gn 17, 5): “En ti serán benditas todas las naciones de la tierra” (G, 12, 3)

El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el Pueblo de la elección, llamado a preparar un día la reunión de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes.

Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.

Dios forma a su pueblo, Israel

Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su Pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (DV 3)

Israel es el pueblo sacerdotal de Dios, el que “lleva el Nombre del Señor”. Es el pueblo de aquellos a quienes Dios hablo primero, el pueblo de los “hermanos mayores” en la fe de Abraham.

Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres y que será grabada en los corazones. Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades, una salvación que incluirá a todas las naciones. Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (Lc 1, 38)

CRISTO JESÚS, “MEDIADOR Y PLENITU DE TODA LA REVELACIÓN” (DV 2)

Dios ha dicho todo en su Verbo

“De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo” (Heb 1, 1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo; no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Heb 1, 1-2:

Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra y no tiene más que hablar [...]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en Él todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad” (San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo 2, 22.3-5)

No habrá otra revelación

“La economía cristiana, por ser Alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo”(DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar “revelaciones” que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes “revelaciones”. (CIC 54-67)

La Transmisión de la Revelación Divina (CIC 74-79)

Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4), es decir, al conocimiento del Cristo Jesús (cf. Jn 14, 6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres; y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:

Dios quiso que lo que había revelado para la salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades (DV 7)

La Tradición Apostólica

“Cristo nuestro Señor, plenitud de la Revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombre el Evangelio como fuente de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz” (DV 7)

La predicación apostólica ...

La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
Oralmente: “los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó”;
Por escrito: “los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo (DV 7)

... continuada en la sucesión apostólica

“Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos, dejándoles su cargo en el Magisterio” (DV 7). En efecto, “la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos (DV 8)

Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, “La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (DV 8) “Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora” (DV 8)
Así la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: “Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo” (DV 8)

Escritura, Tradición y Magisterio, definiciones y relaciones. Modos de transmisión. (CIC 80-83)

LA RELACIÓN ENTRE LA TRADICIÓN Y LA SAGRADA ESCRITURA

Una fuente común ...

La Tradición y la Sagrada Escritura “están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos “para siempre hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)

Dos modos distintos de transmisión

“La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo”.

“La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación”.

De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación, “no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así una y otra se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de amor y respeto” (DV 9)

Tradición apostólica y tradiciones eclesiales

La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los Apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.
Es preciso distinguir de ella las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales.
Estás constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

El Depósito de la fe confiado a la Iglesia. (CIC 84-87)

“El depósito sagrado” (1 Tim 6, 20; 2 Tim 1, 12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. “Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles por conservar, practicar y profesar la fe recibida” (DV 10)

El Magisterio de la Iglesia

“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (DV 10), es decir, encomendado a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el Obispo de Roma.

“El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (DV 10)

Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 10, 16; cf LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

Concepto y evolución del dogma. (CIC 88-95)

Los dogmas de la fe

El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.

Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe. (cf. Jn 8, 31-32)

Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del misterio de Cristo. “Existe un orden o jerarquía de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana” (UR 11)

El sentido sobrenatural de la fe.

Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (1 Jn 2, 20.27) y los conduce a la verdad completa (Jn 16, 13)

“La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral (LG 12)

“El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del Magisterio ... se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida” (LG 12)

El crecimiento en la inteligencia de la fe.

Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:
- “Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón” (DV 8), es en particular la investigación teológica la que debe “profundizar en el conocimiento de la verdad revelada”
- Cuando los fieles “comprenden internamente los misterios que viven”. “La comprensión de las palabras divinas crece con su reiterada lectura”. San Gregorio Magno.
- “Cuando las proclaman los obispos, que con la sucesión apostólica reciben un carisma de la verdad” (DV 8)

“La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10)

Verdades católicas. Las opiniones teológicas. Censuras teológicas.

En el campo de sentido de los dogmas están las “verdades católicas”. Se entienden por tal las verdades que no han sido reveladas inmediatamente por Dios, pero que a consecuencia de su estrecha relación con la Revelación son garantizadas por la Iglesia. El católico no ve garantizada su validez inmediatamente en la autoridad de Dios, sino en la autoridad de la Iglesia creada y apoyada por la autoridad de Dios. Las afirma, por tanto, primariamente por la Iglesia y en último término por la autoridad de Dios, porque por Dios afirma también la Iglesia. Las verdades católicas suelen ser divididas en tres grupos:

1. Conclusiones Teológicas: son los conocimientos deducidos por la razón de dos verdades reveladas que hacen de premisas o de una verdad revelada y una verdad racional evidente.
De las conclusiones teológicas cuyas premisas son dos verdades reveladas hay que decir que ellas mismas están reveladas inmediatamente en cuanto a su contenido. La actividad discursiva del entendimiento humano solo sirve para desarrollar lo que está contenido en la Revelación misma. Tales conclusiones pueden, por tanto, ser declaradas dogmas de la Iglesia.
Las conclusiones en que solo una de las premisas es verdad revelada y la otra una verdad racional evidente son llamadas, según el tomismo, conclusiones teológicas en sentido propio. A ellas les corresponde la definición de verdad católica en sentido pleno. No pueden ser definidas como dogmas en el sentido antes explicado. Sin embargo la Iglesia, puede proclamarlas como verdades infaliblemente. La infalibilidad de la Iglesia al juzgar las conclusiones teológicas tiene su razón en el hecho de que están tan estrechamente unidas con la Revelación misma, que sin la infalibilidad eclesiástica en las conclusiones teológicas la Revelación no podría ser asegurada ni sería eficaz para la vida religiosa. Según la teoría escotista también estas verdades pueden ser propuestas como dogmas.

2. Verdades de Razón: estas son las verdades filosóficas que tienen una relación indisoluble con el dogma. La Iglesia puede definir con infalibilidad las doctrinas filosóficas que son presupuestos necesarios de las verdades reveladas, por ejemplo, la capacidad cognoscitiva de la razón humana, y condenar las que están en contradicción con la Revelación, por ejemplo, el agnosticismo absoluto, ya que no puede haber contradicción entre la razón y la verdad revelada.

3. Hechos Dogmáticos: se distinguen los de sentido amplio y estricto.
Un hecho dogmático en sentido amplio es aquel hecho histórico no revelado que está tan íntimamente entretejido con la Revelación, que su negación acarrearía también la negación de un dogma, por ejemplo, el episcopado romano del apóstol Pedro, la legitimidad de un Papa, la convocación legal de un Concilio Ecuménico.
El hecho dogmático en sentido estricto se entiende la facticidad de una determinada interpretación de un texto dogmático juzgado por la Iglesia, por ejemplo, del capítulo III de la polémica origenista. La Iglesia tiene que ser infalible al fijar el sentido de un texto dogmático, porque de lo contrario no podría proteger suficientemente a los fieles del error. La interpretación eclesiástica de un determinado texto que afecta a la fe no significa que su autor quisiera decir realmente lo que la Iglesia determina. La Iglesia no decide el contenido intentado por el autor. No hace más que destacar el sentido que el lector sin perjuicios saca de un texto cuando se entrega sencillamente a él. Por ejemplo, al condenar varias proposiciones sacadas de las obras de Eckhart no condena ni la disposición de ánimo ni la intención de este místico, sino la significación que tienen al pie de la letra las proposiciones por ella valoradas.














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