lunes, 16 de agosto de 2010

Bolilla 3: Autor y autores de la Biblia. Jesucristo, “Palabra Única” de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo “intérprete” de la Sagrada Escritura. Criterios de interpretación, géneros literarios, analogía de la fe. Inspiración y verdad de la Escritura. El canon de la Escritura. Estructura básica de la Escritura, la división en capítulos y versículos. Lenguas de la Biblia.

Autor y autores de la Biblia

Inspiración y Verdad de la Escritura (DV 11)

La revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que escritos por inspiración del Espíritu Santo (Jn 20, 31; 2 Tim 3, 16; 2 Ped 1, 19-21; 3, 15-16), tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los Libros Sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería.
Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra.
Toda la Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, reprender, corregir, instruir en la justicia; para que el hombre de Dios esté en forma, equipado para toda obra buena (2 Tim 3, 16-17).

Aquí aparecen los elementos del aporte humano del escritor sagrado: la elección divina para ser transmisor cualificado de la revelación; plenitud de sus facultades humanas que nos menoscabadas por la actuación divina; verdadero carácter de escritor.

Esta revaloración del papel de los escritores sagrados es muy importante, ya que el texto en sí mismo transmite la verdad divina, pero propiamente tal como fue percibida por un escritor que participaba de una historia y de una cultura determinada. Allí en esa experiencia de Dios es donde el Espíritu Santo inspira, es decir, haciéndole vivir intensa e integralmente su propia experiencia de fe, de tal manera que pueda transmitir la revelación en el conjunto entero de la historia de la salvación. Al ser inspirado por Dios el hombre no queda anulado, permanece libre y en su escrito deja percibir los rasgos propios de su personalidad. La inspiración se presenta entonces como un carisma en orden a cumplir una misión que se inserta en el plan salvífico y revelador de Dios. Así pues, el Vaticano II no dice que los autores sean instrumentos y que Dios sea la causa principal. Habla más bien de un obrar de Dios en ellos y por ellos, reconociéndoles así el carácter de autores a los hagiógrafors. De está manera, Dios sigue siendo el autor de las Escrituras con la participación y la colaboración de los escritores sagrados, verdaderos autores también de la Escritura .

Jesucristo, “Palabra Única” de la Sagrada Escritura (CIC 101-104)

En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres les habla en palabras humanas: “La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres” (DV 13)

A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una Palabra, su Verbo único, en quien Él se dice en plenitud (Heb 1, 1-3):

Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las Escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo. (S. Agustín, Psal. 103, 4, 1)

Por está razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.

En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios. “En los libros sagrados, el Padre que está en el Cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos”. (DV 21)

El Espíritu Santo “intérprete” de la Sagrada Escritura. Criterios de interpretación, géneros literarios, analogía de la fe. (CIC 109-119)

En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres.
Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras.

Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los “géneros literarios” usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. “Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios” (DV 12, 2).
Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación, no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: “La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita” (DV 12, 3)
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró.

1. Prestar una gran atención “al contenido y a la unidad de toda la Escritura”. En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua.

El corazón de Cristo designa la Sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo.
Este corazón cerrado antes de la pasión por la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías.

2. Leer la Escritura en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. Según un adagio de los Padres, “La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”. En efecto, la Iglesia lleva en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura. (Orígenes en Lev. 5, 5)

3. Estar atento a la “analogía de la fe”. Por “analogía de la fe” entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.

El sentido de la Escritura

Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.

El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación.

El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo.
2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos “para nuestra instrucción”
3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego anagoge) hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la Tierra es signo de la Jerusalén celeste.

Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos:

“La letra enseña los hechos, la alegoría lo que has de creer, la moral lo que has de hacer y la anagogía aquellos a lo cual has de tender”.

“A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios”. (DV 12, 3)

“No creeré en el Evangelio si la autoridad de la Iglesia católica no me induce” (San Agustín, fund. 5, 6)

Inspiración y verdad de la Escritura (CIC 105-108)

Dios es el autor de la Sagrada Escritura. “Las verdades reveladas por Dios, que están contenidas y se manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo”.
“La santa madre Iglesia, fiel a la base de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. (DV 11)

Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. “En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (DV 11)

Los libros inspirados enseñan la verdad. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra” (DV 11)

Sin embargo, la fe cristiana no es una “religión del Libro”. El cristianismo es la religión de la “Palabra” de Dios, “no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo” (S. Bernardo, hom. Miss. 4, 11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de ellas. (cf. Lc 24, 45)

El canon de la Escritura. Estructura básica de la Escritura. (CIC 120-133)

La cuestión del “canon de la Biblia” se pregunta por la formación de la lista de los libros que componen la Sagrada Escritura. ¿Cómo se formó esta lista? ¿Qué criterios existen para saber cuáles libros pertenecen a la Biblia y cuáles no?
Cuando se habla de los libros reconocidos como ‘palabra de Dios’ se utiliza la palabra ‘canon’ y se dice que estos libros son canónicos. La palabra canon se deriva de la palabra griega kané (caña), que antiguamente se utilizaba como instrumento para medir y también para trazar líneas rectas. Equivale a lo que hoy se dice ‘regla’. Desde el siglo IV de la era cristiana se ha aplicado este nombre a los libros de la Sagrada Escritura y se quiere decir que estos libros cumplen la función de ser ‘norma, regla de fe y de vida para los fieles’.
También se puede decir, en otro sentido, que el ‘canon’ es la lista de los libros reconocidos por la comunidad creyente como su regla de fe y vida.

Adviértase que ‘canónico’ no es lo mismo que ‘auténtico’. Un libro es ‘canónico’ cuando es reconocido por la Iglesia como ‘regla de fe y vida’. Un libro es auténtico cuando se presenta como escrito por un determinado autor y efectivamente ha sido escrito por él. Para la canonicidad no interesa si el libro es auténtico o no. Un libro puede no ser auténtico y, sin embargo, puede ser canónico.

En la Iglesia Católica se habla de: Libros Canónicos y Libros Apócrifos.
Los primeros son los que la Iglesia reconoce como su regla de fe y vida, mientras que los segundos son aquellos que por su apariencia o pro su nombre se asemejan a los libros canónicos, pero que la Iglesia no reconoce como Libros Sagrados.

En la lista de los libros canónicos se establece también una diferencia:

Libros proto-canónicos y
Libros déutero-canónicos

En el Antiguo Testamento, son proto-canónicos aquellos que entraron en un primer momento en el ‘canón’ (los libros que se conservan en hebreo o arameo), mientras que los deutero-canónicos son los que fueron reconocidos en un segundo momento (los que se conservan en griego y pertenecían a la Biblia griega o LXX)
En el Nuevo Testamento son proto-canónicos los que ingresaron en el ‘canon’, sin discusiones, en la época más antigua (los cuatro evangelios, los Hechos de los apóstoles, las 13 cartas paulinas, Primera carta de Pedro y Primera carta de Juan).

Los deutero-canónicos son los libros que fueron admitidos en el ‘canon’ después de titubeos y discusiones (Carta a los hebreos, Carta de Santiago, Carta de Judas, Segunda carta de Pedro, Segunda y Tercera cartas de Juan, el Apocalipsis, y los fragmentos de Marcos 16, 9-20 y Juan 7, 53-8,11)

Esta división entre proto-canónicos y déutero-canónicos indica solamente la fecha de admisión dentro del canon, pero no establece ninguna diferencia con respecto a la inspiración y a la importancia del Libro.
La comunidad judía reconoce como canónicos solamente los libros proto-canónicos del Antiguo Testamento.
Las Iglesias Protestantes reciben como canónicos, en el A.T., sólo los libros proto-canónicos, y llaman apócrifos a los libros que en la Iglesia Católica se llaman deutero-canónicos. En el canon del N.T. reciben, igual que los católicos, tanto los libros proto-canónicos como los deutero-canónicos.
En las Iglesias Ortodoxas no existe ninguna uniformidad. Mientras que la Iglesia Griega reconoce el mismo canon que los católicos, la Iglesia Rusa acepta en el A.T. sólo los protó-canónicos. Con respecto al Nuevo Testamento, la Iglesia siria no ha reconocido los deutero-canónicos, mientras que la Iglesia de Etiopía admite hasta ocho libros más que los católicos. Todo esto con muchas variantes, porque no existe para ellos ninguna decisión oficial sobre este tema .

La Tradición Apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Está lista integral es llamada “Canón” de las Escrituras.
Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuenta Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo.

El Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.

En efecto, “el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal”. “Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros”, los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: “Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación”. (DV 15)

Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento, so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).

El Nuevo Testamento

“La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento” (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. (DV 20).

Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras “por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador” (DV 18)
En la formación de los Evangelios se pueden distinguir tres etapas:

1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia sostiene firmemente que los cuatro Evangelios, “cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al Cielo (DV 19)

2. La Tradición oral. “Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de Verdad. (DV 19)

3. Los Evangelios Escritos. “Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús” (DV 19)

El Evangelio cuatriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea, la Liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:

No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus obras. (Santa Cesárea, la Joven)

Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa del Niño Jesús)

La unidad del Antiguo y Nuevo Testamento

La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos, y después constantemente en su Tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Ésta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.

Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación, que nuestro Señor mismo reafirmó (cf Mt 12, 29-31) Por su parte el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él. Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo (San Agustín)

La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino cuando “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28). Así la vocación de los patriarcas y el éxodo de Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.

La Sagrada Escritura en la Vida de la Iglesia

“Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (DV 21) “Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura (DV 22)

“La Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad” (DV 24)

La Iglesia “recomienda insistentemente a todos los fieles ... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3, 8), pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (Hugo de San Víctor)

La división en capítulos y versículos. Lenguas de la Biblia.

Tanto los libros del Antiguo como del Nuevo Testamento están actualmente divididos en capítulos y versículos. Los capítulos son trozos más o menos extensos, los versículos pretenden ser frases numeradas.
Está división en capítulos y versículos no es original: no fue puesta por los autores, sino que fue añadida a partir de la Edad Media con la intención de facilitar la búsqueda y ubicación de los textos.
Después de varios intentos de división del texto que se realizaron desde la época de los santos Padres, se adoptó la división en capítulos introducida por el cardenal Stephen Langton, arzobispo de Canterbury (fallecido en 1228) en una edición de la Biblia en Latín.
La numeración de las frases (los versículos) fue realizada en 1527 por un dominico de Lucca, Santes Pagnino. En 1551, el editor francés Robert Estienne publicó una edición del Nuevo Testamento en griego y latín con esta clase de divisiones. Finalmente, en 1555, hizo una publicación de la Biblia en latín en la que tomó la división de Pagnino para los libros traducidos del hebreo, pero para los traducidos del griego –tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento- hizo una división propia que es la que actualmente se imprime en todas las Biblias. Se reconoce que esta división en capítulos y versículos tiene muchos defectos, pero se conserva porque un cambio en esto traería mayores complicaciones .

La mayor parte del A.T. (39 libros) se conserva en lengua hebrea. Algunos fragmentos de estos libros están en arameo; ellos son Esdras 7, 12-26; 4,6-6,18; Daniel 2, 4b-7, 28.
Hay siete libros del A.T. que se conservan en lengua griega, así como algunos fragmentos de otros libros. Algunas de estas obras fueron escritas directamente en griego, pero otras, habiendo sido escritas en hebreo o arameo, fueron traducidas luego al griego y la Biblia conservó sólo la traducción. En la actualidad se conoce el texto hebreo de algunas de ellas.
Estas obras en griego fueron conservadas por la comunidad judía de Alejandría, que a partir del siglo III antes de Cristo hizo la traducción al griego de los libros hebreos, incluyendo algunos que los judíos de lengua hebrea no conservaron como parte de la Biblia. Esta comunidad de lengua griega también escribió algunos libros. La versión griega de los libros del Antiguo Testamento se llama “Versión de los Setenta” y se abrevia con un número romano: LXX.

El nombre de “Versión de los Setenta” se origina en una antigua leyenda, conservada en un libro llamado “Carta de Aristeas”, según la cual esta traducción habría sido hecha por setenta y dos maestros judíos, a pedido del Rey de Egipto y para ser conservada en la Biblioteca de Alejandría. Habiendo trabajado todos por separado, se constató luego que milagrosamente las setenta y dos traducciones coincidían exactamente. Esta leyenda intenta decir que también la traducción griega goza de garantías divinas.

Los libros que se conservan en griego son: Tobías, Judit, Baruc (con la Carta de Jeremías) Sirá (o llamado Eclesiástico), Sabiduría, 1 y 2 de Macabeos.
Los fragmentos griegos son: Daniel 3, 23-90; 13 y 14; Ester 10, 4-16,24

La parte de la Biblia que para los cristianos es el A.T. es libro sagrado también para los judíos. Pero tanto los judíos como las Iglesias protestantes admiten como libros sagrados solamente los que se conservan en lengua hebrea y aramea.

El Nuevo Testamento fue escrito y se conserva en su totalidad en lengua griega. Es admitido como libro sagrado, con todos sus libros, tanto por los católicos como los protestantes.

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